Graziela




ENTRE VECINOS

Un coche se detuvo en la puerta del vecino. A través del seto, mientras regaba sus petunias Aurora escucho como se abría la pesada puerta de enfrente:
- Buenas tardes, vive usted en esta casa.
- Hola, buenas tardes, agentes. Si yo vivo aquí, soy Patricia Lenares.
- Tiene usted perros sueltos.
- En casa si, pero no los saco a la calle.
- Es que hemos recibo varias quejas y una denuncia por el escándalo que organizan sus perros por la noche.
- Son animales, y en casi todas las casas de este lado de la calle hay perros. En cuanto ladra uno, los demás contestan. Yo no puedo hacer nada por evitarlo.
- Si señora, es natural, pero usted es responsable de su perro, y tiene que evitar las molestias que el mismo pueda causar al resto del vecindario.
Sonó el ruido de una puerta al abrirse. De la casa de al lado de Aurora salió un señor y se acercó a los policías que permanecían en la entrada de la parcela de enfrente.
-Perdonen que me meta auque nadie me haya invitado. Soy el vecino de allí y no he podido evitar escucharles.
Entre el seto y el ruido del agua a Aurora le costaba poder escuchar con nitidez la conversación, ya que además, tanto Selva, la haski de Patricia, como los dos perritos del siguiente chalet estaban ladrando como locos. Salio el marido de Patricia y con un par de gritos acalló los ladridos de la husky y los otros animales también se tranquilizaron.
Aurora cerró la manguera y permaneció de pie frente a los lilos de la tapia como si siguiera regando, para conseguir enterarse de cuanto estaba ocurriendo al otro lado de la calle, estirando un poco el cuello e inclinando la cabeza para aproximar el oído, ya un poco atrófico.
- Yo no he puesto ninguna queja, ni tampoco les he denunciado, pero aquí hay días que no se puede dormir con tanto ladrido. Te acuestas y de pronto te despiertas sobresaltado por los ruidos de los perros, sobre todo se oye a la suya -interviene D. Julián.
- Es que los perros ladran cuando pasa alguien o se acerca, son para defender.
- Claro que sí, estoy de acuerdo y que ladren de día no es que no me importe, pues es molesto, pero por la noche y de esa manera…
- Sí, tal vez por ser la mía de esa raza se la oiga más que a los otros.
- No es que se la oiga más, es que esa perra no sabe ladras, solo aúlla y a veces son tales los alaridos que da, que me saca del sueño asustado. Es como si estuvieran matando al alguien y gritara despavorido. ¡Es espeluznante!
- ¿Y a ustedes no les molesta? - interrogó uno de los agentes.
- Al principio si, pero ya nos hemos acostumbrado.
- ¡Esto es increíble! Inaudito, y mientras tanto todos los vecinos a fastidiarse.
- Es que no podemos hacer nada para que se calle… Usted también tiene perro ¿no?
- Pues no, pero tuve uno y no ladraba porque las primeras veces que lo hizo le di una paliza y se le quitaron las ganas de seguir haciéndolo.
- Caballero no se si sabe que dar una paliza a un animal está castigado en el Código Penal y puede ir a la cárcel por ello.
- Creo que está usted confundido, el Código Penal solo se refiere a las personas y darle una paliza a un perro, es decir un par de guantazos, no puede estar penado ¡Habrá que educarles de alguna manera! Así se evitan problemas como este.
- Señora usted podría meter al perro en casa. O pedirle a su veterinario que le de alguna pastilla para que la perra duerma mejor -intervino el otro agente.
- No me parece bien drogar a la perra y no puedo meterla en casa porque tengo un hijo alérgico. Puedo mostrarles los papeles del médico, si desean verlos.
- No, no hace falta, pero tome las medidas que quiera. Esto es una amonestación y esperamos no recibir más denuncias, o tendremos que actuar de otro modo.
- De acuerdo, lo tendré en cuenta.
Se cerró la cancela y Aurora escucho los pasos de los policías alejándose en dirección contraria al lugar donde habían dejado aparcado su vehículo.
Oyó también el portazo de la puerta de D. Julián, tras él y como los agentes hacían sonar la campanilla de la señorita Inés. Con paso ligero se situó arrastrando la manguera y apuntando con el supuesto chorro al alcorque del laurel, para poder seguir de cerca la nueva intervención de la policía en casa de la anciana de enfrente. La señora tardó un rato en abrir la puerta correera y permitirles la entrada a su parcela, quedándose Aurora paralizada al no poder escuchar nada desde su jardín.
Pasaron unos minutos, durante los cuales aprovecho para regar realmente el árbol, las clavellina y las calenturas que estaba totalmente agostadas, y cortó de nuevo el paso del agua cuando oyó salir a los policías y cerrase la puerta tras ellos. Se marcharon en el coche y el silencio se hizo en la urbanización.
Aurora agachó la cabeza y muy despacio, con paso sigiloso recorrió la parte del jardín que la separaba de su casa, entró en el salón, encendió las luces y fue a su alcoba para ponerse un chal, después fue a la cocina y se sirvió vaso grande de té helado de la nevera. Salió y se sentó en la mecedora del porche a tomar el fresco. Casi era de noche. Escuchó como su vecina chistaba y regañaba a sus perros para que dejaran de ladrar y entonces sonrió. Escucho los grillos y el rumor de las hojas de los árboles mientras observaba las estrellas.
Graziela

Hasta el 6 de septiembre se puede disfrutar en Madrid de la exposición antológica dedicada a Joaquín Sorolla en el Museo de Prado. Para admirar las 102 pinturas que integran la exposición, en un recorrido cronológico, pudiendo contemplarse una muestra de las diferentes etapas del pintor y todas sus obras maestras, tenemos la facilidad de conseguir las entradas a través de Internet para el día que elijamos a una hora concreta, con descuentos para jubilados, estudiantes y desempleados. Por si esto fuera poco, también debéis tener en cuenta que el museo es un lugar fresquito, en el que además de huir de los calores del estío madrileño pasareis un rato estupendo de la mano del pintor, que nos paseara por las playas de Zarauz, nos hará un recorrido por las provincias de nuestra geografía, con escenas cotidiana, o nos mostrará el retrato de los abuelos de sus hijos, por ejemplo.
Graziela

SENDERISMO.

Practicar senderismo era una asignatura pendiente para una mujer montaraz como Claudia. Le encantaba el campo, la montaña y caminar, pasear por la naturaleza dejándose invadir por ella; al saturarse de verde y de agua, sentía como si le insuflaban vida.
Después de muchos años deseando hacerlo y sin encontrar a nadie con quien compartir esa afición, o que se ocupara de sus inevitables obligaciones para permitirle dedicarse un tiempo a recorrer senderos, había decidido apuntarse en “Tierra de Fuego”, un club que organizaba salidas todos los fines de semana. Aunque solamente fuera un día al mes se propuso quitarse de una vez aquella espina y marcharse sola, con un grupo de gente desconocida, dejando a su marido con las niñas en casa. Se lo merecía y estaba harta de tener que posponer sus deseos en pro de los de su familia. Ya estaba bien de ser la última para todo, de no poder hacer nunca lo que más le apetecía, rindiéndose a las necesidades de los demás. Había llegado a una edad en que sabía que si no se lanzaba ahora, se le pasaría el momento y cada vez le daría más pereza.
La noche anterior casi no durmió, temía no escuchar el despertador o retrasarse, nada de eso ocurrió. Llegó al local antes de tiempo y al poco rato vio venir a Miguel, el organizador, después fueron apareciendo las otras siete personas integrantes del grupo de ese día. Estaba tan ilusionada como si le hubiera tocado una cesta de navidad, se le notaba la emoción en ese brillo que parecía aclarar aún más sus azules ojos.
Pasado Pradoluengo, aparcaron los coches en un pequeño claro abierto entre los pinos, descargaron sus mochilas y comenzaron la marcha. Hacía una mañana espléndida y no le costó mucho esfuerzo la hora larga que les llevó subir la empinada cuesta, mientras disfrutaba del maravilloso paisaje. Una vez arriba vieron la fuente de piedra en la que se podía beber el agua del deshielo de la parte alta de la Sierra de la Demanda. El panorama desde allí era espectacular. Hicieron un descanso que algunos aprovecharon para tomar fotos y otros para coger arándanos, que estaba exquisitos.
Unas extrañas flores llamaron la atención de Claudia y se acercó para poder observarlas. Tenían un tallo larguísimo y leñoso color marrón, con hojas finas y alargadas, muy dentadas, las mismas que rodeaban el enorme cáliz del tamaño de una copa pequeña, que parecía contener un pompón suave y sedoso, de un increíble color violáceo; eran tan espectaculares y originales que otra chica del grupo también se acercó a contemplarlas.
- Son increíbles. Parecen artificiales ¿verdad? –dijo Claudia.
- Sí, son rarísimas. Yo no las había visto en mi vida y eso que suelo fijarme en las plantas porque me gustan mucho y ya hemos venido por aquí en otras ocasiones –argumento Raquel.
- Tienes razón, son curiosísimas. Cuando volvamos me gustaría cortar algunas para llevármelas. Tengo un florero grande en el que quedarían preciosas.
- Pues si quiere cogerlas tendrás que hacerlo ahora, luego bajamos por el otro lado –le aconsejó Raquel.
Lo de cortarlas no resultó ser tan sencillo. El tallo no se rompía al quebrarse, era de una fibra tan dura que le dañó un poco la piel, de nos ser por la navaja que le dejaron se habría quedado con las ganas de llevarse las flores.
El resto de la ruta transcurrió con total normalidad. Pararon a comer a orilla de un riachuelo y se rieron mucho con Matías, un hombre maduro que había recorrido medio mundo con su mochila y tenía una gracia especial contando anécdotas de todo tipo.
En el grupo, muy agradable, había de todo: desde el director de marketing a un seminarista, pasando por una pareja de fisioterapeutas y tres mujeres más, entre todos consiguieron que a Claudia se le pasara el día sin sentir.
De regreso los ocupantes del coche que conducía Matías, en el que iba Claudia, hicieron la mayor parte del viaje durmiendo, presas de un inevitable sopor que les impidió permanecer despiertos al poco tiempo de acomodarse.
Cuando Claudia llegó a su casa las niñas estaban en la cama y Santi la esperaba viendo la tele tumbado en el sofá. Ella estaba eufórica, le contó con todo lujo de detalles la excursión, lo agradable que era el grupo y lo bien que lo había pasado.
- ¿Y esas flores tan raras que has traído? –Preguntó al ver tan extraño ramo.
- Las he cogido en la Sierra de la Demanda, en una zona que llaman la fuente del lobo ¿No te parecen preciosas?
- Yo no diría tanto... ni siquiera me parecen bonitas. No pongas ese gesto. Claro que… originales sí lo son.
- Raquel, una psicóloga que iba en el grupo, dice que nunca las había visto, eso que entiende de flores y le gusta observar las plantas. Además ya les tengo buscado un sitio.
- Muy bien, si te hace ilusión.
- Pues sí, además así tengo un recuerdo de mi primera salida, creo que cuando se sequen quedaran bien. Me parece mentira que por fin haya empezado a practicar senderismo. Es estupendo, no sabes lo que me he divertido.
- Me alegro mucho. Además estás muy guapa con esos colores de pepona que se te han puesto. Hacía tiempo que no te veía tan contenta.
Se sentía feliz y agotada, ni siquiera tenía hambre, así que se dio una ducha bien caliente y se metió en la cama sin cenar.
Al día siguiente, al sonar el despertador, Claudia tuvo que hacer un esfuerzo casi sobre humano para poder ponerse en marcha. Estaba agotada, no tenía agujetas ni le dolía nada, pero no podía con su alma. Estaré incubando algo, pensó. Lo raro es que no tenía ningún otro síntoma que pudiera justificar ese cansancio que arrastró, como si llevara encima rémoras, durante toda la semana. Parecía que después del ajetreado domingo se había recuperado un poco, pero el lunes volvió a sentirse desmadejada, sin energía, y decidió ir a visitar al médico.
Después de reconocerla el doctor le indicó que no había nada en su estado físico general que justificara su extenuación, así que le dio un volante para que se hiciera una analítica y le recetó unas vitaminas.
Un par de semanas más la fatiga persistía, llegó a pensar que le había picado la mosca del sueño. Los análisis eran normales. Cuanto más descansaba más agotada se sentía. Hacía las cosas arrastras, sin embargo en la calle parecía que se animaba un poco. Había pasado un mes desde su excursión y no se sentía con fuerza para emprender ninguna caminata. Miguel, el director del club de senderismo, la animó mucho, planeaban una ruta corta por la zona de La Jarosa de la Sierra; también Raquel, que conocía su malestar, la llamó y quedó en recogerla en su casa, así que no pudo negarse. Santiago, su marido, también pensaba que el cambio de aires le podía sentar bien; la veía tan abatida últimamente que estaba muy preocupado, sin saber cómo ayudarla.
Fue un acierto que se decidiera a ir. Al poco tiempo de iniciar la marcha Claudia se sentía mucho más fuerte que en semanas anteriores. Era como si la vida hubiera vuelto a ella, le parecía increíble experimentar una mejoría tan llamativa; no se cansó en absoluto, al contrario, a cada paso se notaba más y más recuperada. No podía entenderlo. Tal vez, pensó, empezaban a hacer su efecto las vitaminas.
Nada más ver la cara de su mujer cuando regreso a casa Santi supo que se encontraba bien, se la veía lozana y fresca como una flor recién abierta, muy contenta. Los dos pensaron que había superado el bache. No fue así, el lunes el cansancio volvió a aparecer y abrió de nuevo brecha en su cuerpo hasta hacerla sentirse totalmente extenuada, impidiéndole realizar incluso las labores más simples.
Raquel le planteó la hipótesis de que el origen del problema fuera psicosomático y le recomendó hacer terapia. Ella se negaba a contemplar esa opción.
- ¿Cómo va a ser algo psicológico si el único cambio que ha habido en mi vida ha sido a mejor? –intentaba explicarle Claudia con su marido.
- ¿Cómo a mejor? No lo entiendo cariño.
- Sí. La primera vez que me encontré así fue después de la primera salida con la gente del club ¿No te acuerdas?
- Es verdad, recuerdo que cuando regresaste estabas muy guapa. Parecías tan contenta...
- Y lo estaba. Me sentía feliz. Espera... Esas flores.
- ¿Qué flores?
- Las de la habitación. Las que cogí aquel día en la Fuente del Lobo.
- Si, las de tu cómoda que cada vez están más hermosas ¿Qué les pasa?
- Tienen que ser ellas. Son las flores del mal.
- ¡Claudia por favor, no digas tonterías!
- No es ninguna tontería. Es como si succionaran la vida, me chupan la energía por eso siguen creciendo. Cuanto más cerca las tengo peor me encuentro.
- No sigas, estas empezando a preocuparme de verdad ¿Cómo puedes creer eso? Es absurdo.
Sin pensarlo dos veces se levantó airada cogió las flores, las introdujo con rabia en una bolsa de plástico que ató con varios nudos y las bajo a la basura, quería que desaparecieran de su casa inmediatamente y que nadie más atraído por su exótica belleza pudiera cogerlas.
Graziela

EN SOLO UN INSTANTE
(Cuento Publicado en Miscelánea Literaria. Revista trimestral. nº 13.)

Le parecía mentira que realmente hubiera llegado el momento. Lo estaba sintiendo en sus propias carnes y sin embargo aún no podía creerlo, o no quería creerlo. Tenía miedo, sin embargo pese al dolor que sentía no sufría por ello, dejó lo que estaba haciendo y se fue a recostar un rato en el sillón, a ver si se le pasaba.
En estos momentos comenzó a recordar diversos episodios de su vida que ya casi creía olvidados y aún así seguían siendo parte de su existencia y probablemente gracias a ellos, se encontraba aquí, ahora en esta determinada situación.
En solo un instante, de forma breve, con absoluta nitidez fue reviviendo situaciones; como si de pronto se hubiera roto un compartimiento estanco de su memoria que había permanecido cerrado y aislado en algún lugar recóndito de su cerebro y sin saber bien porque, se había abierto espontáneamente, dejando escapar imágenes que veía perdidas en el espacio, pero perfectamente ubicadas en el tiempo.
Por un momento se vio corriendo por una inmensa pradera, sus largas trenzas rubias hondeaban al viento y podía sentía el aire fresco de la montaña en su cara, a lo lejos una figura grande y maternal la esperaba con los brazos abierto; era su abuela Clara, a la que tanto había querido y que tanto añoraba ahora. Gran parte de su niñez la había pasado en el caserón de sus abuelos, en una aldea pequeña, que distaba al menos una hora de cualquier centro urbano medianamente grande y en la que aún se hablaba el bable. Sus padres, ambos originarios de esta región de España, marcharon siendo muy jóvenes a Oviedo, en busca de un mejor porvenir, alejándose así de la vida en el campo y del trabajo de la vaquería. Se casaron y cuando ella nació, debido a que necesitaban el salario de los dos para mantenerse, se vieron obligados a dejarla al cargo de su abuela paterna, que la cuidaba con mimo, colmándola de cariño y amor cuando podía prestarle atención, mientras efectuaba las abundantes tareas de la casa y de la granja.
Recordaba ahora con dulzura y tristeza aquellos domingos lejanos, en que su tío Damián, hermano pequeño de su padre, que trabajaba en la mina y aún estaba soltero, las llevaba a ella y a una amiga suya a la playa a pasar el día. La abuela les preparaba el almuerzo y pasaban todo el tiempo jugando en la arena y bañándose. Evocaba el color del mar en contrate con la arena y el batir de la olas en el rompiente, donde solían comer. A estas deliciosas excursiones pronto se les unió Marina, la que luego se convertiría en la mujer de Damián. Ella siempre había sentido una especial adoración por su tío, que por otra parte era con el que se había relacionado durante su infancia y en realidad, el único que alguna vez se había mostrado interesado por ella, pese a todos los hermanos que tenían sus padres.
Notó un dolor sordo en la parte de sus riñones que le hizo volver a la realidad, recuperando así su vida actual; desapareció con la misma rapidez con la que había venido al relajarse y cerrar los ojos de nuevo, no quería precipitarse, ni ser alarmista, por lo que decidió aguantar sola mientras pudiera, hasta realmente cerciorarse de que se trataba del momento esperado.
Volvió a sus ensoñaciones y ahora la imagen la traslado al instituto, donde había cursado sus estudios de secundaria, ya en Oviedo y viviendo con sus padres.
Nunca había podido precisar si los constantes desacuerdos y discusiones entre sus padres y ella, había surgido a raíz de no haber pasado su infancia con ellos, lo que en cierto modo hacía que no se conocieran en profundidad o si eran debidos al cambio tan abismal existente entre la vida que había llevado con su abuela en la casona y la que se veía obligada a vivir en una ciudad tan grande, en la que se sentía perdida e indefensa, desubicada de su entorno habitual.
El recuerdo de esta época de su vida la hizo encogerse y retraerse dentro de sí. ¡Que inocente e ilusa había sido! Tan tímida e introvertida. Recordaba lo difícil que le resultaba hacer amistades. En Oviedo todo era diferente, se sentía a años luz de la gente de su edad.
Ella había recibido una educación sencilla, en contacto con la naturaleza y no sabía nada de técnica ni de tendencias de moda. Era realmente una absoluta “paleta”, por ello se sentía observada por todos sus compañeros de clase, así como por la gente del vecindario. De toda esa época solo recuerda la amistad que tenía con Hortensia, una chica que también había sido criada por sus abuelos y a las que la unía un denominador común, el amor por la montaña y el miedo a la ciudad; literalmente ambas se sentían engullidas por el constante ajetreo y el bullicio allí existentes.
Por las noches y pese a estar cerca de su madre, sentía tanta nostalgia por su casa que en la oscuridad y el silencio, a veces se le saltaban las lagrimas al recordarla, le faltaba el calor y el amor de su abuela.
Todo se fue complicando con el transcurrir de los años, ella era buena estudiante e iba sacando los curso, fue entonces cuando aquel joven profesor de literatura, alegre y mundano se fijó en ella. Y ella, como una tonta se enamoró perdidamente de él.
En que hora se le ocurriría apuntarse a aquellas clases, tan interesantes que por otro lado le marcaron de por vida, abriéndose un terrible abismo a sus pies al poco tiempo de conocer a Miguel.
Miguel era un ser encantador, cariñoso, agradable, ameno y divertido, con el que desde un primer momento y pese a su timidez se había sentido muy a gusto. Era una de esas personas que saben valorar y sacar lo mejor de cualquiera.
Con él y casi sin darse cuenta, se le olvidaba su vergüenza y no se sentía constantemente observada, sino que perdía la conciencia de si misma y se veía desde fuera, como una joven brillante, dulce y simpática. Él le hacía sentirse como un tesoro.
Fueron pasando los meses y la relación cada vez se fue haciendo más íntima, se veían casi todos los días y salían juntos los fines de semana. En esta época fue primordial el apoyo de Hortensia, su mejor amiga y su confidente.
Aunque Miguel le doblaba la edad en el momento en que se conocieron, en realidad no se notaba una gran diferencia entre ellos, ya que Ana siempre había aparentado ser más mayor de lo que realmente era; tenía una complexión fuerte y aunque era delgada, su aspecto no resultaba en absoluto frágil, al contrario, era esbelta destacando sus formas. Siempre parecía fresca y lozana.
Ella hacía referencia a Miguel como si fueran novios y su madre, con la que no hablaba mucho, así lo intuía.
Sin embargo, pese a esa imagen de fortaleza física y a ser una chica instruida, era bastante inocente e ilusa y por ello casi sin saber cuando ni darse cuenta se quedó embarazada, lo que constató uno de esos test moderno que se compran en de farmacia que se hace una misma, aunque a ella se le ayudo Hortensia. Le parecía casi imposible que por haberlo hecho un par de veces hubiera podido quedarse en estado; además nunca le había prestado mucha atención a sus menstruaciones y no sabía cuando le tocaba ponerse mala, por lo que espero un mes más para confirmarlo.
Cuando tuvo la absoluta certeza se lo dijo a Miguel, esperando que este la ayudara, pensando en un primer momento que sería estupendo estar casada con el hombre que amaba; sus padres se sentirían disgustados al principio, admitiendo fácilmente esta opción como la mejor solución y con su ayuda, ella incluso podría seguir estudiando hasta acabar su formación.
Las cosas fueron muy distintas y Miguel reacciono de forma totalmente inesperada para ella, proponiéndola en primer lugar pagarle un aborto asegurándole además que él no tenía ninguna intención de casarse con ella ni ahora y después y esto, no iba a modificar sus planes, ya que tenía novia en Barcelona desde hacía años, con la que se escribía constantemente y veía siempre que podía, con la que pensaba contraer matrimonio en un futuro no muy lejano. Confesándole así el engaño que durante todos estos meses había estado sufriendo.
Ana estaba atónita ante las manifestaciones de Miguel y sobre todo tremendamente decepcionada, ya que nada de lo que ella había pensado era real para él. Se sentía como una estúpida, confiada y romántica que había creído en un hombre, cuando él lo único que había hecho era utilizarla, divertirse y entretenerse. Limitándose a decirla que averiguaría la dirección de algún buen doctor que se dedicara a practicar abortos y que él correría con todos los gastos.
Hortensia la aconsejó decírselo a su madre, a lo que ella se negó en redondo y decidió ir a ver a su abuela, dispuesta a confesarle todo, implorando su ayuda y su apoyo, sin tener muy claro que era lo que ella realmente deseaba hacer.
Recordaba con total nitidez el momento en que llegó a su casa y como su abuela de forma inmediata y con solo mirarla a los ojos, supo que algo no estaba bien y que Ana se sentía muy desdichada.
Cuando poco a poco, entre sollozos y sentadas en la cocina viendo humear la olla le contó cual era su problema, su abuela se levantó y la abrazo, permaneciendo callada largo rato y después le pregunto sin preámbulos que pensaba hacer.
Ana no estaba segura de nada y si el hijo que iba a tener era el producto de un engaño, pues así veía ella ahora lo que antes consideraba un amor desmedido, no lo quería y menos aún si iba a tener que criarlo sola, sin el apoyo de un hombre, al haber visto lo dura que podía ser la situación cuando a una prima de su amiga había pasado por ese mismo trance y aunque Oviedo era una ciudad grande, los comentarios y habladurías de la gente se suceden igual que en una aldea.
Clara solo quería el bienestar de su nieta, fuera al precio que fuera y tras dos días sopesando los pros y los contras de cada decisión, hablo con Marina, su nuera, que era enfermera exponiéndole la situación; mostrándose ésta dispuesta a ayudarlas.
Marina acompañó a Ana a una Clínica muy renombrada de Oviedo y su abuela corrió con todos los gastos de la intervención, invirtiendo en ello sus escasos ahorros, llevando el tema en absoluto secreto en el que solo ellas tres estaban incluidas. No quería que su nieta tuviera nada que agradecer a ese cretino que se había aprovechado de ella.
La intervención fue rápida y limpia y a las pocas horas Ana estaba de nuevo en la casona, ya sin su “problema”. Su abuela la cuido durante tres días más y regreso a Oviedo a casa de sus padres, que nunca llegaron a saber nada del asunto.
Por su parte Miguel pidió el traslado y salió de la vida de Ana de forma rápida, sin escándalos, ni promesas. Nadie, salvo Hortensia sabía la verdad y el porqué de las lagrimas de su amiga y su falta de apetito y su apatía.
Recordó entonces Ana con horror los meses que siguieron a la marcha de Miguel y los problemas físicos y emocionales que padeció, sin que nadie viera una explicación visible a este hecho.
El recuerdo de las imágenes de abandono, de autodestrucción y el sentido de culpabilidad que sufrió durante largo tiempo y las consecuencias de todo esto, hicieron que a Ana se le inundaran los ojos de lagrimas, calientes y amargas que resbalaban ahora por su rostro, ya maduro y un poco hinchado.
Viendo que la tristeza y abatimiento de Ana no remitían, sus padres la llevaron a los mejores especialistas, por mediación de Marina que se interesó mucho por el estado en que se encontraba, puesto que ella sí sabía cual había sido el proceso que la había llevado a tal postración.
Se sentía muy mal, no apreciaba la vida en absoluto, nada la consolaba y además quería hacerse daño y se lo hacía a los que la rodeaban sin quererlo.
Con tantos recuerdos tristes, a estas alturas, ya había comenzado a llorar abiertamente, hipando y sollozando al evocar aquella época tan difícil y dolorosa, que casi creía superada y que había mantenido oculta en el último rincón del cajón más recóndito de su existencia.
Ahora se sentía empujada a seguir adelante, a afrontar cada día por duro que fuera, disfrutando de cada amanecer; se incorporó a duras penas del sillón y se fue hacia el cuarto de baño.
La imagen que le devolvió el espejo de ella misma no la complació en absoluto. Su pelo estaba alborotado, tenía los ojos irritados e hinchados y unas ojeras oscuras y profundas surcaban su rostro, que además parecía bastante pálido.
Abrió en grifo de la ducha y se metió en la bañera, pensó que esto la relajaría y mejoraría un poco su aspecto. Dejó que el agua primero templada, luego tibia y finalmente fresca resbalara por su cuerpo, recorriéndolo delicadamente como un bálsamo suave y reconfortante, limpiando de paso su mente y dejando alejarse aquellos recuerdos dolorosos de su vida, con los que tantas veces había soñado y que tan profunda huella había dejado en su existencia.
Mientras estaba bajo la ducha, se sintió tremendamente agradecida por haber podido superar aquella depresión y una nueva punzada en la parte baja de su vientre la obligó a doblarse y permanece agachada en la bañera, mientras el agua resbalaba por su espalda, hasta que recobró las fuerzas y pudo salir y secarse sentada en una banqueta.
Después se dispuso a arreglarse el cabello con delicadeza, siendo consciente de cada movimiento mientras examinaba su reflejo en el espejo, percibiendo ese brillo profundo que emanaba de sus ojos, sintiéndose observadora y observada al mismo tiempo.
Estaba muy tranquila, como si la ducha, los dolores y los recuerdos en su conjunto hubieran conseguido hacer aflorar esa paz interior que con tanta frecuencia sentía últimamente.
De pronto, sintió hambre y fue a la cocina a prepararse algo, sabía que en su estado y en este preciso momento no debía comer mucho, así que se preparó un batido de frutas, pensando también que sí la espera se prolongaba o tenía complicaciones, pasaría muchas horas sin comer nada y tampoco quería sentirse débil; le quedaba una dura tarea por delante.
Se instaló nuevamente en el sofá y cuando parecía que se estaba quedando traspuesta volvieron de nuevo sus recuerdos, curiosamente en el mismo punto que los había dejado.
Hizo un nuevo recuento de todos los tratamientos que había seguido con el fin de acabar con aquella terrible depresión nerviosa.
La psicoterapia, con aquella consultar largas y estériles en la que lo único que ella creía conseguir era salir peor de lo que entraba; los tratamiento farmacológicos, que la hacían permanecer durante todo el día soñolienta y atontada, con los que parecía que su mente se acorchaba y apaciguaba, dejando de martirizarla con pensamientos negativos y destructivos.
Recordó todo aquello con pena, sin agobios, ya que el tiempo y la distancia habían conseguido que lo viera desde lejos, como una mera espectadora y que su recuerdo, no la hiciera sentir ese miedo cerval que sentía al principio solo con pensar en que podía volver a encontrarse nuevamente en el mismo estado. Pensaba que siempre tendría la espada sobre su cabeza, aunque se había dado cuenta que la misma espada puede estar encima de cualquiera y había dejado de temerla de esa forma tan desmedida.
Hoy en día las depresiones son un trastorno o enfermedad muy extendidos y del que la gente habla muy a la ligera, probablemente porque no han padecido ninguna. Pero cuando Ana comenzó a tener ciertos síntomas como inapetencia, apatía, un sentimiento de honda tristeza y unas ganas terribles de llorar a todas horas, sin que nada ni nadie la consolara y la hicieran salir de aquel estado; no todos los médicos sabían como tratarla ni que era lo más adecuado, si hacerla o no hacerla caso.
Sonrió al recordar que D. Antonio el médico de cabecera de su familia, tras tratarla durante meses con jarabes e infusiones, dijo a su madre que lo que Ana necesitaba era un novio.
¡Pobre hombre! y pensar que todo eso era consecuencia de haber tenido novio, le producía ahora risa.
Recordó también como con la ayuda de Marina, que la paseó por toda España en busca de cualquier persona que pudiera ayudarla y aportarle alguna solución o tratamiento eficaz a su dolencia, poco a poco y “tocando muchos palos”, parecía que había ratos en los que no se encontraba tan mal; se fueron multiplicando y muy despacio, con cautela fueron superados por los momentos en los que se encontraba peor.
Atrás fueron quedando los días en que amanecía y anochecía y en su mente solo permanecía la idea de dejar de sufrir, aunque para ello tuviera que quitarse la vida, a sabiendas que no lo haría, pues siempre había sido muy miedosa y algo pasiva, así que solo se dejaba vivir, sin ver ningún otro aliciente.
Se dio cuenta entonces al sentir otro fuerte dolor, esta vez en los riñones, cuan distantes se encontraban aquella Ana, depresiva y triste, como ausente y la Ana actual, vitalista, animada, abierta y feliz y nuevamente en muy poco tiempo y sin sorprenderse por ello, se vio dando gracias a la vida, no solo por lo que era y tenía ahora, sino por todo aquel largo y pedregoso camino que había tenido que recorrer para llegar a este punto. Una fuerte contracción le vino precisamente mientras tenía estos pensamientos y la sensación de que algo de ella se derramaba cálido entre sus piernas, le dio la certeza que esperaba. Estaba de parto.
Lo primero que hizo fue llamar a Manuel al Hospital y decirle que no se preocupara, que todo iba perfectamente y que podía venir tranquilo; tenía la certeza de que en diez minutos estaría en casa. Cuando él le preguntó que iban a hacer, ella sin dudarlo le comentó que se sentía muy bien, fuerte y confiada, y que ahora llegado el momento estaba segura de que quería que Herminia, la comadrona la asistiera en casa, así que él quedo en avisarla.
Después y con total tranquilidad llamó a su madre, que había venido desde Oviedo para estar con ella en estos momentos y creía que se lo debía; no la hacía demasiada ilusión.
Sin embargo le habría encantado poder contar con la ayuda de la abuela Clara, que desgraciadamente había muerto hacia dos años, por lo que no podría sentir su mano firme y áspera apretando la suya. Curiosamente con solo evocarla su recuerdo ya la estaba ayudando.
Manuel llamó a Herminia inmediatamente y quedó en reunirse con ella en casa, saliendo disparado de la consulta. Todos allí sabían lo que pasaba con solo verle la cara. Llevaba días en los que se sobresaltaba con que sonara el teléfono, en espera de que la llamada fuera de Ana indicándole que había llegado el momento.
Durante unos minutos el tiempo parecía haberse detenido, cuando se encontró en medio del tráfico y recordó aquella tarde, ahora tan lejana en la que Ana y él se habían conocido y como la profundidad de su mirada le había cautivado desde el primer instante en que la vio. Aun hoy le seguía sorprendiendo esa extraña mezcla de suavidad y tristeza que había en sus ojos, como las pequeñas chispas doradas que los salpicaban.
Seguramente fueron sus ojos precisamente lo que más le llamó la atención de ella, dada su profesión, pues era oftalmólogo y se pasaba todo el día viendo los ojos de la gente y nunca había visto unos como los de su mujer.
Cuando se conocieron el tenía novia y ya se habían planteado el hacer planes de boda, incluso estaban empezando a mirar pisos. Ella era una compañera de carrera con la que siempre se había llevado muy bien y se querían mucho, pero cuando Manuel conoció a Ana, comprendió que no estaba enamorado de Isabel.
Antes incluso de saber si podría salir con Ana, decidió romper una relación establecida, que mantenía desde hacía más de cuatro años.
La verdad es que fue un drama horroroso tanto para Isabel como para las familias de ambos y más por lo sorprendente de la situación, no habían discutido y él no sabía nada de Ana, habiéndose limitado a verla durante la hora de consulta en dos ocasiones. Una vez pasado el primer trago, él se sintió más seguro y libre para poder conquistar a la que desde el comienzo consideró la mujer de su vida y con la que llevaba viviendo seis años.
A Manuel le hacía una ilusión tremenda tener un hijo y Ana nunca parecía estar preparada para ello, por eso le sorprendió tanto cuando ella le comunicó que estaba embarazada, lo que le hizo sentir el hombre más feliz del mundo.
Desde el comienzo del embarazo, Ana dejó de trabajar aunque trabajaba en una biblioteca y podría desarrollar el trabajo perfectamente estando embarazada decía que quería disfrutar de cada momento de este embarazo y a él le pareció perfecto. Además así estaba más tiempo en casa y él podía ir a comer con ella. No le preocupó el hecho de que con un bebe tuvieran que vivir sin el sueldo de Ana, que podían hacerlo perfectamente y con todo tranquilidad dado que si ella trabajaba era porque realmente le gustaba su trabajo y decía que le hacía sentirse realizada.
Al principio el tuvo miedo por Ana, al pensar que tan vez los fuertes cambios hormonales que acompañan a la gestación la afectaran emocionalmente y la descolocaran un poco. Fue al contrario, desde el comienzo del embarazo se mostraba más estable y apenas tenía cambios de humor mostrándose tranquila y encantada con la nueva situación disfrutando de la casa y de su estado.
Estudiaba mucho relacionado con el tema; siempre había sido un ratón de biblioteca, o al menos desde que él la conocía. Daban largos paseos y escuchaban música casi constantemente.
Parecía que los nueve meses se le estaban haciendo eternos, sin embargo ahora notaba que habían transcurrido con una rapidez asombrosa y no podría creer que su hijo estuviera a punto de nacer.
Por fin aparcó el coche y subió a casa rápidamente.
Cuando llegó, Ana se encontraba tranquilamente recostada en el sillón, con los ojos cerrados y nada más verla sintió una serenidad que le hizo relajarse inmediatamente; la besó suavemente en los labios y se sentó a su lado, rodeándola con el brazo los hombros y acariciando su abultada barriga.
Permanecieron así durante unos minutos, mientras, le sobrevinieron un par de contracciones, no muy fuertes y aun espaciadas. Ambos estaban callados, no necesitaban decirse nada. Ella controlaba su respiración y él simplemente se limitaba a abrazaba y sentirla.
Llamaron al timbre; era Herminia con su maletín. Pasaron a la habitación y examinó a su paciente, quedándose sorprendida por lo avanzado que estaba el proceso.
Las contracciones se sucedían con rapidez y cada vez eran más intensas, precisamente por eso Ana se sentía mejor paseando que tumbada.
La madre de Ana también había llegado y los cuatro conversaban amigablemente, siempre que los dolores lo permitían, dejando que el parto se desarrollara de forma totalmente natural.
Llegó un momento en las contracciones le venían de forma continuada, mientras ella intentaba controlarse con la respiración y comenzó entonces a empujar. Fueron solo unos minutos y con una suavidad increíble, sin gritos, ni aspavientos la pequeña Clara vino al mundo y la vida la recibió en los brazos de su padre, que la ayudó a nacer, conteniendo a duras penas las lagrimas de emoción y felicidad que pugnaban por salir, entregándosela a su madre para poder cortar el cordón umbilical que aún la unía a ella.
Ana no podría creerlo, tenía un bebe en su brazos y además era parte de ella y de Manuel. Aquella pequeña criatura era la esencia de la vida misma y la muestra viva de que todo cuanto la había pasado había valido la pena; la beso y se la dio a su madre para que la cogiera, mientras Manuel la estrechaba entre sus brazos y le susurraba palabras de agradecimiento al oído, mientras Ana sonreía complacida y feliz.