Graziela

REALIDAD VIRTUAL

Me había costado mucho decidirme y finalmente elegí la opción “A”, pues la “B” me parecía demasiado fuerte para mi.

El esperado encuentro tendría lugar a las ocho en punto de la tarde y duraría hasta que yo quisiera. Había elegido un local emblemático en el paseo de Recoletos. Cuando llegué, él ya estaba esperándome, removía concentrado el contenido de su taza de Nesspreso humeante. La sonrisa que me dedicó me hizo suspirar. Todo era perfecto, una suave música flotaba en el ambiente entre el aroma de café y su perfume agreste, cuando se levantó para recibirme y me besó en el cuello. Pude ver que algunas mujeres me miraban con envidia desde la mesa de al lado. George Cloony era más encantador de lo que había imaginado. Durante largo rato charlamos y me resultó fácil sincerarme con él, como si nos conociéramos de toda la vida, sin necesidad de fingir, ni aparentar. La conversación se fue volviendo más íntima. Me cogió la mano y comenzó a acariciarla. Paseaba despacio el dorso de su mano por la mía, sus dedos, con las pulidas uñas, dibujaban caminos por mi muñeca; acercó su boca a mi oído y susurró “cuando quieras nos vamos”, incliné la cabeza, para retener su aliento entre mis cabellos; durante unos segundos permanecimos pegados, yo escuchaba su respiración agitada y notaba el roce de sus labios haciéndome cosquillas en la oreja.

Caminamos en silencio. Cogidos de la mano recorrimos las calles hasta llegar al hotel. En el ascensor no pudimos contenernos más y nos besamos apasionadamente, su boca sabía a café. La habitación parecía espaciosa aunque no pude reparar en los detalles, sólo tenías ojos para él. Despacio le quité la chaqueta; George bajaba la cremallera de mi vestido y yo desabrochaba uno por uno los botones de su camisa, acariciando con avaricia su torso de atlante, distinguiendo pectorales y abdominales bajo mis dedos, apretándolos con fuerza. Cuando el vestido cayó a mis pies, yo ya me afanaba en la cremallera de su pantalón. Seguimos desnudándonos sobre la cama, mientras nos besábamos y yo intentaba reconocer sus contornos. Sentía sus dedos ágiles en mi pecho, sus labios, su lengua como arroyo tibio en mi piel. Las bocas se encontraban una y otra vez, en su desenfrenado recorrido, ávidas de pasión. Nuestras piernas inventaban nuevos nudos para asirnos, mientras rodábamos por las sabanas haciéndonos gozar mutuamente. Una sinfonía de gemidos y gritos de placer llegó a todos los rincones de aquella alcoba desconocida.

Cuando me desperté noté su respiración pausada pegada a mi oído y aspiré su aroma, acurrucada bajo su abrazo, en el hueco de su axila.

Besándonos llegamos hasta el baño y el abrió la ducha empujándome dentro. Me enjabonó entera sin que el agua dejara de resbalar por mi cuerpo y yo me dejé hacer hasta casi desvanecerme. Después me secó, con la delicadeza de quien cuida a un bebé.

Cuando terminamos de vestirnos, lo que todavía nos llevó un buen rato al continuar con los juegos de manos, nos despedidos con un beso profundo.

Unos segundos después de quedarme sola en la espaciosa habitación, todo se volvió azul.

- Viki, el encuentro ha terminado. Voy a desconectarte.





Graziela



SIN PIES NI CABEZA

Eva salió de nuevo precipitadamente de su casa dejando tras de si el eco de un portazo. Al llegar al portal no supo hacia donde encaminar sus pasos, no recordaba bien el lugar en el que había aparcado el coche el día anterior. Cinco minutos y un par de vueltas por las calles más cercanas le costó localizar su Clio incrustado entre dos vehículo, entonces recordó lo que le había costado meterle en aquel hueco diminuto. No podía seguir así. Cuando arrancó no había decidido que dirección tomar, conducir la tranquilizaba, así que se limitó a seguir las indicaciones de las señales para ir girando por las calles que estaba permitido hasta verse en la gran avenida. De pronto sintió la necesidad de comentar lo ocurrido con su madre, ella siempre la comprendió. Dejó tirado el vehículo en el primer sitio que vio. ¡Mierda, tenía que haber cogido el abrigo! Aquí hace un frío de narices. El cementerio le pareció más alegre que otras veces, montones de flores salpicaban su gris fisonomía. Allí también estaba la tía Dori y conversó con ella un buen rato. Tras la charla con las dos mujeres se sintió reconfortada y dispuesta a regresar a casa. La visión de un municipal poniéndole una multa volvió a alterarla.

- Lo siento agente, no tengo documentación, he salido de casa con prisa y me he dejado la cartera.

- Pues no se puede ir indocumentada y menos aún conduciendo un vehículo. Llame usted a alguien para que venga a recoger su coche, que por cierto está en un vado, o se lo llevará la grúa.
- Tampoco tengo mi móvil, ni dinero para coger el metro, todo está en mi bolso y al salir precipitadamente sólo he cogido las llaves del coche.
- Pues entonces tendrá usted que ir andando o acompañarme a comisaría... No creo que los que están allí dentro la esperaran con hora -dijo con sorna mirando al cementerio.
Eva se sintió impotente, si llamaba a Sergio contándole lo ocurrido era como darle la razón, estaba harta de que argumentara que hacía las cosas sin pies ni cabeza. Si al menos tuviera una de sus pastillas, le ayudaría a pasar el mal trago. Empezó a hacer pucheros y dudaba entre ponerse a llorar o echar a correr. El policía pareció comprender la situación y se ofreció para llevarla a casa en el coche patrulla, aunque tendría que ir detrás, sino se jugaba el trabajo, lo que ella aceptó sin pensar.
Sergio estaba en el balcón fumando, tragando su nerviosismo con cada bocanada, cuando vio detenerse un coche de policía delante del portal. Se quedó sorprendido. La loca de Eva no habrá vuelto a denunciarme -pensó- dudaba que consiguiera salir airoso en una tercera ocasión, por muy injustificada que fueran la denuncia. Notaba como la indignación le nublaba la vista, pero al ver salir a su mujer del vehículo sintió cierto alivio. Entró en la casa y esperó a que ella llegara y le diera las inevitables explicaciones. El rato que tardó en escuchar la cerradura se le hizo eterno, hasta que comprendió que se habría vuelto a dejar las llaves y estaría en casa de la vecina pidiéndole la copia y justificándose.
- Cari ¡no sabes qué susto he pasado! Creí que tenía que llamarte desde comisaría -Dijo a modo de saludo.

- Eva tú no estás bien. ¿En que lío te has metido ahora?
- Te juro que no he hecho nada. He ido a hablar con mamá y tía Dori y como he salido con prisas me he dejado el bolso. Me estaban poniendo una multa y al no llevar documentación, ni el móvil, ni dinero el agente amablemente me ha acercado hasta aquí.
- Lo siento, pero ya no puedo más. Vivo siempre intranquilo contigo. Hoy cuando recoja a Pedrito del colegio me marcharé con él a casa de mi madre.
- Tú no te puedes ir, esta es tu casa. No puedes dejarme... Quedarte aquí con el niño, yo me marcharé. Buscaré trabajo, estudiaré y volveremos a estar juntos. -dijo mientras se acercaba a él y le abrazaba.
Tras la escena y el llanto, Eva preparó café y, con más calma que en ningún momento en el último año, hablaron y acordaron que sería ella la que dejaría la casa y al niño. Sergio pediría el divorcio, aunque Eva no estaba convencida de este extremo. Recogió la ropa del tendedero y dejó encima de la cama la suya, para preparar la maleta, planchó la del niño y la de su marido. Ordenó y limpió la casa, y se le ocurrió que tendría que dejarles la nevera llena y algo de comida preparada, él tendría muy poco tiempo ocupándose del crío, la casa y el trabajo. Sergio le dio el dinero que le pidió y la prometió acompañarla después a recoger el coche. Empezaba a arrepentirse de tomar una decisión tan drástica ¿Qué iba a hacer Eva sola?
Tardó tanto en volver del supermercado que se hizo la hora de recoger al niño. Al regresar a casa vio el coche de su mujer y una patrulla de policía en la esquina. Asustando subió al piso. Al verlos aparecer ella se abrazó al niño gimoteando. Tenía la cara tumefacta, con un par de golpes bien marcados. La vecina también estaba allí, mirándole con odio. Sergio se tapó los ojos con las manos. Se la había vuelto a jugar.

Graziela

Hacía una mañana esplendida, soleada, tranquila. Una de esas mañana que apetece salir a la calle, pasear, disfrutar del día. ¿Podíamos visitar el Parque Madrid Río? -propuse- y nos pusimos en marcha.

Sabíamos llegar, pero como el teléfono móvil hace de todo, programamos el lugar para que nos llevara. Como suele ocurrir en más de una ocasión, se puso a recalcular desde que entramos en la M-30 (ahora calle 30), pues se empeño en llevarnos por el centro de la ciudad: Alcalá, Paseo de Prado, Sta. María de la Cabeza, etc. y después de no hacerle ni caso durante siete salidas decidimos obedecerle, más que nada por no oírle; después de rotondas, semáforos y túneles llegamos.
Para entonces la mañana era ya medio día y el cielo estaba totalmente cubierto. La temperatura también se resentía del cambio.

Es un bonito entorno, un lugar de entretenimiento y expansión no sólo para los más pequeños, pues cuenta con columpios, campos de futbol, pistas para bici y patines, grandes toboganes, etc. También es un sitio estupendo para disfrutar de la naturaleza, aunque ahora permanecía un tanto aletargada por el invierno; los árboles con sus ramas desnudas bajo el cielo gris, no invitaban a imaginar una primavera ya próxima.Patos y gaviotas cerca del agua y el Río, nuestro río Manzanares, con bastante más caudal del que cabría esperar con las pocas lluvias caídas últimamente, por no decir nulas.

De cualquier modo, disfrutamos del paseo, recorrimos los 278 metros del puente monumental de la Arganzuela, repartidos en dos brazos. Una obra impresionante del arquitecto Dominique Perrault, que vale la pena conocer. Dicen que es de los más fotografiado en Madrid, y yo para no ser menos también le hice los honores.

Recordé que hace ya muchos años, en ese mismo lugar había otro parque y cuando mi sobrina María era muy pequeña, le encantaba correr por sus paseos. No pude evitar sonreír al venir a mi memoria lo mucho que le gustaba en cuanto hacía calor, meterse en la fuente de la columna, que sigue estando aquí, pero no rodeada de agua, como entonces.

Empezó a refrescar, se hizo tarde y no recorrimos la otra parte del parque, posponiendo la visita hasta que brote la primavera en cada rama, en cada planta.

Graziela

BUSCANDO EL SILENCIO

Una obscura niebla enturbiaba su mente

Un desasosiego le agitaba el cuerpo

No sabia por donde le llegó ese viento,

Pero le arrastraba con vórtice cierto

Hundido en un pozo con el desconcierto,

No encontraba luz en débil empeño;

Nada le ayudaba, ni daba consuelo.

Terminar de pronto era su deseo

Volar de un impulso y luego... el silencio