Graziela


AÑORA SUS MANOS...

Añora sus manos, la suavidad de sus dedos con el roce y la presión. Ella siempre fue la más querida, y espera impaciente que vuelva a buscarla. Tiembla si piensa cómo juntos interpretaban las melodías que les nacía de lo más profundo, del amor que les unía. Él sabía como nadie transmitir esos sentimientos a los demás. La emoción de la espera, su abrazo, cuando la iba templando. Le sentía tan cerca que podía escuchar latir su corazón mientras las notas brotaban emocionadas para invadir el aire, llenar el escenario y la sala entera. Gente de todo el mundo ha disfrutado con ellos y sabe que es española y desde su nacimiento tuvo vocación artística, aunque nunca llegó a imaginar que sería el mejor quien tañera sus cuerdas. Ahora añora sus manos y aunque no la toque, imagina el roce de sus dedos sin poder evitar que surja un triste quejido por la pena que la embarga.
Graziela


INCOMPRENDIDO

Y es que no me cree cuando digo que me siguen. Yo no le digo a nadie cómo debe vivir, y a mí, que me dejen en paz. Cuando Irina se marchó mi hermana Concha se preocupó mucho, por ella, que a mí no me engaña. Que si soy agresivo y bronco, que si no me lavo... Nunca la pegué y si dijo lo contrario mentía. Ya sé que tampoco tenía que empujarla o zarandearla. Ella sabía bien cómo ponerme al límite, y yo golpeaba la pared. A veces, después me disculpaba; me hacía la vida imposible y se empeñaba en tener razón. “El enemigo vive dentro” me decía cuando compraba un nuevo cerrojo para la puerta. Y, encima, alegaba que todo lo que hacía era porque me quería. Sí, me quería. Vivir calentita y tener dinero para comprar, eso es lo que ella quería. Si no, ¿por qué se fue precisamente cuando me echaron?  Yo sería igual de insufrible con empleo que sin él ¿no? Que no me chupo el dedo, que no soy tonto, al menos no tanto como pensaba la muy zorra.
El despido fue otra patraña, ¡vamos…! ¿No era mi despacho? pues no entiendo entonces que me largaran cuando vieron la nueva cerradura en la puerta.
No puedo con esa obsesión de Concha por la limpieza. Me ducho una vez a la semana, y me cambio de ropa, lo demás es vicio, o es que la gente es muy guarra y se mancha mucho. Mi casa está bien. No me importa que se amontonen platos en la pila, ni que huelan los ceniceros. Cuando ya no caben más colillas los vacío y listo ¿Qué problema hay? Ninguno. Pues si quiere llamar a sanidad, que llame. ¡Claro que no ventilo! Además puede entrar alguien por la ventana. Las cucarachas no me molestan, son inofensivas y discretas, en cuanto enciendes la luz corren a esconderse para no morir despachurradas.
Lo que no sabía Irina es que no estuve sin trabajar ni un mes, porque Iván, que sabe que soy muy buen programador, me vino a buscar. Me entrega el trabajo y lo recoge en la cafetería,  y nos comunicamos a través del correo electrónico. Ni hecho a la medida conseguiría algo mejor, es lo ideal; no tengo que hablar con nadie, aguantar  pamplinas ni templar gaitas. Y, además, me pagan bien.

Tan pesada se puso Concha con lo del psicólogo que una de dos, o la cogía del cuello o iba a la cita. ¿Y para qué me sirvió? Para que me remitiera al psiquiatra y por eso si que no pasé. ¡Para que me atiborre de pastillas y no pueda ni pensar...! Yo no estoy loco. Es esta hermana mía, que nunca está contenta con nada. No le pareció bien cuando le conté que había encontrado un terapeuta que me entendía y decía que la ira y la rabia había que sacarlas. Desde que estoy con él hace un montón que no tengo que visitar urgencias para que me curen las manos después de un ataque de rabia. Que me quieren sacar el dinero, eso es todo lo que argumenta. ¡Qué sabrá ella! Si no ha ido a ninguna reunión. Ellos no te hacen hablar ni contar intimidades, al contrario, todo lo dice el maestro y tú, solo tienes que asentir. Ahora están preparando un viaje a la India. Todavía no le he dicho a Concha, me he apuntado y quién sabe, lo mismo en algún lugar perdido conozco a la hija de un rey y me caso con ella. Tampoco soy tan mal partido…